jueves, 23 de julio de 2015

De por qué sigo comprando libros de cocina teniendo ya un montón


¿Porque estoy enferma? Podría ser, no lo descarto, pero creo que la cosa tiene más miga que la obsesión compulsiva de acumular papel. Y es que me he dado cuenta de que cada vez que compro un libro de cocina, siento lo mismo: que ese va a ser EL LIBRO. El definitivo. En el sentido de que todos los demás palidecerán, dormirán el sueño de los justos y pasarán a ser meros acumuladores de polvo en mis estanterías. Sí, es ingenuo, es tonto: reincidir una y otra vez desde hace más de veinte años tiene mucho delito. Pero es la única explicación que encuentro para ese afán mío por seguir mirando recetarios, sabiendo que tengo más de los que podría disfrutar y sacar partido en unas cuantas vidas. Soy consciente de que tengo libros para aburrir, todos con alguna e incluso varias recetas interesantes (por algo los compré en su momento, ¿no?), pero sigo con la antena puesta para encontrar más. No, más no. Ése. El bueno. El mejor de todos. El libro de cocina perfecto.

¿Y qué tara tienen mis pobres libros que no consiguen estar a la altura? ¿Por qué llegan entre vítores y fanfarria a mi biblioteca y terminan arrinconados por no dar la talla? No todos caen en desgracia igual de rápido, ni con la misma intensidad: algunos rozan el aprobado y a pesar de todo, les saco bastante partido, pero nunca el que espero cuando estoy en la librería hojeándolos y pienso que tengo que llevármelo o mi vida sin él será incompleta y vacía. Pero al final todos tienen en común esa sensación de fracaso, de decepción. De "sí, pero no del todo". Tengo libros increíblemente útiles, otros bonitos a rabiar, muchos originales y curiosos. A todos les tengo cariño por algo, recuerdo perfectamente dónde y por qué los compré. Pero aún no he encontrado el libro que consiga que deje de lado a los demás, que los haga palidecer y que me motive tanto como para convertirse en mi biblia, en ese libro de cabecera al que acudes sin dudar y sabiendo que tendrá la respuesta a cualquier duda que aparezca. 

Y como después de tantos intentos, de tanto "ensayo-error" sigo cayendo, no voy a intentar averiguar qué características debería tener el libro perfecto, lo he intentado sin éxito, así que vamos a cambiar de táctica. Voy a probar por el lado negativo. ¿Qué hace que mis pobres libros, tan majetes en un primer vistazo, al final no sean perfectos?


1. Edición regulera. Soy una tiquismiquis, lo confieso, pero si empiezo a leer un libro de recetas y veo incongruencias en la redacción, que falta un ingrediente que luego usan o no me cuadra alguna cantidad que, clarísimamente es una errata, me crea rechazo y ya la hemos liado. El pobre libro puede ser una maravilla, pero ya no lo miraré igual. De hecho, no me fiaré en absoluto de lo que cuente. 

2. Descompensación entre platos. Me gustan los recetarios estructurados y completos. Salvo que sea específicamente un libro de postres, de ensaladas o de pasta, si es un libro de recetas generalista quiero que todo tenga una calidad similar. No me sirven unos entrantes estupendos, pero una sección de carnes mediocre y unos postres excesivamente difíciles dentro de un libro de cocina rápida. Quiero coherencia.

3. Fotos malas. Si las fotos no me van a dar ganas de salir corriendo a la cocina a ver si tengo los ingredientes para hacer ese plato para comer hoy mismo, mejor no pongas foto. Así de fácil. Mejor que mi imaginación mejore tu receta a que tu foto la empeore.

4. Recetas con explicaciones excesivamente largas. Si la receta tiene más de una página, me has perdido para siempre. Vale que no toda la cocina es rápida, simple y express, pero yo veo una lista de ingredientes kilométrica acompañada de párrafos y párrafos de explicaciones de preparación y me dan ganas de pedir una pizza o sushi por teléfono. Me aburro sólo de verlo. Empiezo a pensar que voy a tardar menos en comérmelo que en leer cómo se hace, y el pequeño Ratatouille que hay en mi decide ponerse en huelga. Caput.

5. Ingredientes rarunos. Vale que ahora tenemos tiendas de comestibles de países exóticos a la vuelta de la esquina, pero salvo que decida hacer una comida con temática hindú o una velada japonesa, un ingrediente extraño o difícil de encontrar en una receta estandar puede desanimarme por completo. Si el autor diese una alternativa más común o te dijese algo tranquilizador del tipo "Si no tienes lemongrass, no pasa nada", todo en orden, pero normalmente no contemplan otras opciones. Quizás los cocineros más experimentados y seguros de sí mismos vean rápidamente la forma de salir del paso, y lo tuneen a su modo y con lo que tengan en la cocina, pero todos hemos sido novatos y necesitamos que nos lleven de la manita un poco. Para eso hemos comprado un libro, porque no sabemos solos. Luego ya si eso haremos lo que nos dé la gana, pero más adelante...

6. Complicidad con el lector-cocinillas. Sabemos que si has publicado un libro, eres un tío competente. Al menos, lo suficiente como para haber convencido a un editor de que sabes lo que te pescas entre fogones. Vale. Nosotros, pobres mortales, te respetamos y admiramos lo suficiente como para gastar nuestro dinero en tu libro. Un poquito de camaradería estaría bien. Algún guiñito cómplice entre aficionados a la misma pasión. No sé, un algo, un qué se yo que te saque una sonrisa, un pensamiento de "Jo, este tío sí que sabe, y qué bien lo cuenta el jodío. Cómo se nota que le gusta cocinar y comer...". Un ejemplo estupendo de esta buena praxis en la escritura de cosas de cocina es El Comidista, Mikel López Iturriaga. Le están saliendo imitadores, ojito. Pero se nota que se han copiado de él, no cuela. 

7. Traducciones penosas. Un libro primorosamente editado, pero con una traducción lamentable. Haberlos, haylos. Y doy fe de que dan bajonazo total y, en mi caso, condena al libro al ostracismo y a ser mirado con antipatía y suspicacia para siempre. Y a su editorial a ser puesta en cuarentena, porque quien hace un cesto hace ciento, y si tienen a ese traductor en nómina, podría haber más desastres a la venta. Lo que no me explico es que en editoriales grandes y renombradas, después de recibir una traducción no haya alguien experto en el tema que le dé una leída. En fin, misterios de la vida.


Y a pesar de todas las pegas, aunque debería estar aburrida ya, sigo ilusionándome y apuntando en mi lista de deseos libros y más libros de cocina. Los adoro, me encantan, me sulibeyan por completo. Y sé que ESE libro está ahi fuera. Ya impreso, o quizás aún en el ordenador de alguien, tomando forma. Y soy tan cabezona que lo encontraré. Algún día. Mientras, saco lo que puedo de mis libros mediocres e imperfectos, y la verdad, tampoco está nada mal...


(Las fotos del post corresponden a unos cuantos libros de mi #gastrobiblioteca. Bajo ese mismo hashtag están en mi Instagram, por si alguien tiene curiosidad. Los que aquí aparecen no serán EL libro, pero los he usado un poco más que los demás, y qué le voy a hacer, les tengo especial cariño por distintos motivos.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario