jueves, 23 de julio de 2015

De por qué sigo comprando libros de cocina teniendo ya un montón


¿Porque estoy enferma? Podría ser, no lo descarto, pero creo que la cosa tiene más miga que la obsesión compulsiva de acumular papel. Y es que me he dado cuenta de que cada vez que compro un libro de cocina, siento lo mismo: que ese va a ser EL LIBRO. El definitivo. En el sentido de que todos los demás palidecerán, dormirán el sueño de los justos y pasarán a ser meros acumuladores de polvo en mis estanterías. Sí, es ingenuo, es tonto: reincidir una y otra vez desde hace más de veinte años tiene mucho delito. Pero es la única explicación que encuentro para ese afán mío por seguir mirando recetarios, sabiendo que tengo más de los que podría disfrutar y sacar partido en unas cuantas vidas. Soy consciente de que tengo libros para aburrir, todos con alguna e incluso varias recetas interesantes (por algo los compré en su momento, ¿no?), pero sigo con la antena puesta para encontrar más. No, más no. Ése. El bueno. El mejor de todos. El libro de cocina perfecto.

¿Y qué tara tienen mis pobres libros que no consiguen estar a la altura? ¿Por qué llegan entre vítores y fanfarria a mi biblioteca y terminan arrinconados por no dar la talla? No todos caen en desgracia igual de rápido, ni con la misma intensidad: algunos rozan el aprobado y a pesar de todo, les saco bastante partido, pero nunca el que espero cuando estoy en la librería hojeándolos y pienso que tengo que llevármelo o mi vida sin él será incompleta y vacía. Pero al final todos tienen en común esa sensación de fracaso, de decepción. De "sí, pero no del todo". Tengo libros increíblemente útiles, otros bonitos a rabiar, muchos originales y curiosos. A todos les tengo cariño por algo, recuerdo perfectamente dónde y por qué los compré. Pero aún no he encontrado el libro que consiga que deje de lado a los demás, que los haga palidecer y que me motive tanto como para convertirse en mi biblia, en ese libro de cabecera al que acudes sin dudar y sabiendo que tendrá la respuesta a cualquier duda que aparezca. 

Y como después de tantos intentos, de tanto "ensayo-error" sigo cayendo, no voy a intentar averiguar qué características debería tener el libro perfecto, lo he intentado sin éxito, así que vamos a cambiar de táctica. Voy a probar por el lado negativo. ¿Qué hace que mis pobres libros, tan majetes en un primer vistazo, al final no sean perfectos?


1. Edición regulera. Soy una tiquismiquis, lo confieso, pero si empiezo a leer un libro de recetas y veo incongruencias en la redacción, que falta un ingrediente que luego usan o no me cuadra alguna cantidad que, clarísimamente es una errata, me crea rechazo y ya la hemos liado. El pobre libro puede ser una maravilla, pero ya no lo miraré igual. De hecho, no me fiaré en absoluto de lo que cuente. 

2. Descompensación entre platos. Me gustan los recetarios estructurados y completos. Salvo que sea específicamente un libro de postres, de ensaladas o de pasta, si es un libro de recetas generalista quiero que todo tenga una calidad similar. No me sirven unos entrantes estupendos, pero una sección de carnes mediocre y unos postres excesivamente difíciles dentro de un libro de cocina rápida. Quiero coherencia.

3. Fotos malas. Si las fotos no me van a dar ganas de salir corriendo a la cocina a ver si tengo los ingredientes para hacer ese plato para comer hoy mismo, mejor no pongas foto. Así de fácil. Mejor que mi imaginación mejore tu receta a que tu foto la empeore.

4. Recetas con explicaciones excesivamente largas. Si la receta tiene más de una página, me has perdido para siempre. Vale que no toda la cocina es rápida, simple y express, pero yo veo una lista de ingredientes kilométrica acompañada de párrafos y párrafos de explicaciones de preparación y me dan ganas de pedir una pizza o sushi por teléfono. Me aburro sólo de verlo. Empiezo a pensar que voy a tardar menos en comérmelo que en leer cómo se hace, y el pequeño Ratatouille que hay en mi decide ponerse en huelga. Caput.

5. Ingredientes rarunos. Vale que ahora tenemos tiendas de comestibles de países exóticos a la vuelta de la esquina, pero salvo que decida hacer una comida con temática hindú o una velada japonesa, un ingrediente extraño o difícil de encontrar en una receta estandar puede desanimarme por completo. Si el autor diese una alternativa más común o te dijese algo tranquilizador del tipo "Si no tienes lemongrass, no pasa nada", todo en orden, pero normalmente no contemplan otras opciones. Quizás los cocineros más experimentados y seguros de sí mismos vean rápidamente la forma de salir del paso, y lo tuneen a su modo y con lo que tengan en la cocina, pero todos hemos sido novatos y necesitamos que nos lleven de la manita un poco. Para eso hemos comprado un libro, porque no sabemos solos. Luego ya si eso haremos lo que nos dé la gana, pero más adelante...

6. Complicidad con el lector-cocinillas. Sabemos que si has publicado un libro, eres un tío competente. Al menos, lo suficiente como para haber convencido a un editor de que sabes lo que te pescas entre fogones. Vale. Nosotros, pobres mortales, te respetamos y admiramos lo suficiente como para gastar nuestro dinero en tu libro. Un poquito de camaradería estaría bien. Algún guiñito cómplice entre aficionados a la misma pasión. No sé, un algo, un qué se yo que te saque una sonrisa, un pensamiento de "Jo, este tío sí que sabe, y qué bien lo cuenta el jodío. Cómo se nota que le gusta cocinar y comer...". Un ejemplo estupendo de esta buena praxis en la escritura de cosas de cocina es El Comidista, Mikel López Iturriaga. Le están saliendo imitadores, ojito. Pero se nota que se han copiado de él, no cuela. 

7. Traducciones penosas. Un libro primorosamente editado, pero con una traducción lamentable. Haberlos, haylos. Y doy fe de que dan bajonazo total y, en mi caso, condena al libro al ostracismo y a ser mirado con antipatía y suspicacia para siempre. Y a su editorial a ser puesta en cuarentena, porque quien hace un cesto hace ciento, y si tienen a ese traductor en nómina, podría haber más desastres a la venta. Lo que no me explico es que en editoriales grandes y renombradas, después de recibir una traducción no haya alguien experto en el tema que le dé una leída. En fin, misterios de la vida.


Y a pesar de todas las pegas, aunque debería estar aburrida ya, sigo ilusionándome y apuntando en mi lista de deseos libros y más libros de cocina. Los adoro, me encantan, me sulibeyan por completo. Y sé que ESE libro está ahi fuera. Ya impreso, o quizás aún en el ordenador de alguien, tomando forma. Y soy tan cabezona que lo encontraré. Algún día. Mientras, saco lo que puedo de mis libros mediocres e imperfectos, y la verdad, tampoco está nada mal...


(Las fotos del post corresponden a unos cuantos libros de mi #gastrobiblioteca. Bajo ese mismo hashtag están en mi Instagram, por si alguien tiene curiosidad. Los que aquí aparecen no serán EL libro, pero los he usado un poco más que los demás, y qué le voy a hacer, les tengo especial cariño por distintos motivos.)

sábado, 18 de julio de 2015

MadrEAT - Edición julio 2015

Torta de aguja asada al estilo vietnamita con aguacate y encurtidos asiáticos de Chifa
Más de 50 furgonetas se han reunido en esta edición veraniega de MadrEAT, mi tercera visita ya a este nuevo concepto de comer fuera de casa que tan apetecible resulta. ¿Por qué? ¿Qué tiene de distinto y de atractivo que te cocinen en un camión aparcado y que te tengas que coger tú el plato, la servilleta y el vaso, para terminar comiendo sentado en un banco o tirado en el césped? La idea de comer en la calle, el "street food", tan neoyorkina, tan urbana, tan de "tengo prisa, cojo cualquier cosa y me la como por el camino" es el germen, claro está, pero MadrEAT le da una vuelta de tuerca y convierte el concepto, comer informalmente, de bocadillo o en raciones manejables en platos de cartón y sin necesidad de cubiertos, en algo mucho más festivo y lúdico. Dejamos la prisa a un lado, de entrada porque nos vamos al fin de semana (MadrEAT empieza el deseado viernes y termina el domingo) y al tiempo de ocio y esparcimiento. El cliente toma la calle, sí, pero no porque tenga prisa, ni porque esté de paso. Va a propósito a comer comida callejera a un sitio en concreto, igual que el que decide salir e ir a un restaurante. Los jardines de Azca, huérfanos de oficinistas en el fin de semana, cambian de cara y se convierten en un parque bullicioso y lleno de vida, de niños, perros y gente con ganas de probar cosas nuevas. Tantas que, de entrada, te bloquea. Porque la primera impresión que tienes al llegar a MadrEAT es "Dios mío, quiero probar eso, y eso, pero eso otro tiene incluso mejor pinta, no me va a entrar tanto, tendré que elegir, ¿no?" Aturdimiento completo. Sensación de que te estás perdiendo cosas mejores por elegir lo que sea que elijas. Tranquilidad. Es una impresión pasajera, que se cura fácilmente. Consejo: antes de ir, echa un vistazo a la lista de foodtrucks que estarán en Azca y selecciona unas cuantas. No vas a probarlo todo, pero acotarás un poco y piensa que el mes que viene estarán ahí de nuevo.

Rollitos vietnamitas de confit de pato con y salsa honeychili de Kitchen On the Road 
Yo suelo ir los sábados a mediodía, y lo cierto es que este mes se ha notado menos afluencia de gente, lógico al ser julio mes vacacional por excelencia y estar medio Madrid en la playa. Aún así, ambiente muy animado, con la ventaja de sufrir menos las colas que se forman en las furgonetas estrella. Que haberlas, haylas. Pero no hay que dejarse deslumbrar porque unas sean más mediáticas que otras: hay auténticas joyitas en los fogones de las furgonetas más anónimas. Fuera prejuicios y  mejor dejarse guiar por el instinto y las ganas que tengamos ese día. 

Ay, esas patatas de La Virgen...

Sin embargo, con tres visitas ya, una se va haciendo su lista de favoritos, inevitablemente. Me confieso adicta a las Patatas del Callejón de la furgoneta de cervezas La Virgen. Impresionantes. Patatas de verdad, sabrosonas, bien fritas, en una ración abundante y acompañadas con una mayonesa increíblemente buena y la opción de una segunda salsa (habitualmente, un mojo verde delicioso, y hoy una salsa de trufa sorprendentemente rica). Empezar el recorrido con una caña de cerveza Veraniega de La Virgen y una ración de estas patatas es casi obligatorio. Luego, lo dicho: sin aturullarse, hay mucha oferta, sí, pero hay más meses por delante y siempre puedes volver dentro de cuatro semanas.





Se ha corrido la voz por Madrid y alrededores, y el concepto gusta. La gente va, y repite. Ten en cuenta con que va a haber gente, mucha, que seguramente tengas que hacer cola y que no siempre pillarás mesa. Afortunadamente, los jardines de Azca cuentan con abundantes zonas de sombra, algunos bancos, muretes en los que sentarse y, aunque la organización ha dispuesto un buen puñado de mesas con sillas en las que puedes instalarte con las viandas, se llenan rápidamente, claro.

Patitas de calamares con mayonesa cítrica de
El Chiringuito del Sr. Martín + perrito de
Feltman's Hot Dogs + hamburguesa de La Finca
Lógicamente encontramos mucho formato "entre pan y pan": bocadillos, sandwiches, hamburguesas, perritos..., por la comodidad para servir y para transportar hasta la sombra correspondiente, pero también raciones bien medidas en cantidad y en precio (casi todo oscila entre los 3 y los 8 euros). Pero MadrEAT es mucho más que un montón de puestos de bocatas y hamburguesas. Y eso se ve en el primer vistazo. Multitud de tipos de cocina y nacionalidades de lo más variopinto (la lista de furgonetas se puede encontrar en la página de la organización, aquí). Hasta los quesos tienen furgoneta dedicada en exclusiva a ellos (el Cheese Truck, de Quesos La Cabezuela), las bebidas (la anteriorente mencionada La Virgen, los zumos Pura Fruta o la sangría Pichi) y, cómo no, los postres, para cerrar como es debido la comida (varias furgonetas de crêpes, la pastelería francesa de Mama Framboise o las ensaimadas de Formentor). Y no sólo es posible comer en este evento mensual: en la carpa instalada a la entrada, hay demostraciones gastronómicas de cocineros y marcas a las que se puede asistir a lo largo del fin de semana. Aún no he estado en ninguna: lo tengo pendiente para próximas ediciones.

Y como un imagen vale más que mil palabras, las fotos del post son sólo unos cuantos ejemplos de lo que se puede encontrar los terceros fines de semana del mes (en agosto, no, se nos van las furgonetas de vacaciones...) en los jardines de Azca. Aunque no son todos los que están. Terminé con una crêpe de Nutela de Trisk'An, y me la comí con tantas ganas que ¡se me olvidó hacer foto!

Deseando volver ya en septiembre.

Tarta de zanahoria y tarta de chocolate y frambuesa de, cómo no, Mama Framboise














domingo, 12 de julio de 2015

Cena clandestina Sundari con Umami Madrid


La marca de arroces exóticos Sundari Rice decidió dedicarle este mes de junio a la cocina hindú, y junto con interesantes recetas con el arroz como protagonista, convocó en su blog un concurso de lo más tentador. De entre todos los comentarios a esas recetas de platos de la India, cuatro fuimos los seleccionados, junto a un acompañante, para disfrutar de una cena clandestina en la que el arroz, no podía ser de otra manera, también tendría un papel importante. Después de mucha ilusión al participar y muchos nervios al saber que Gastrocosas había tenido la suerte de ser una de las seleccionadas para asistir al evento, al fin, se desveló el misterio.

Las cenas clandestinas, haciendo honor a su nombre, juegan desde el minuto uno con el factor sorpresa, y ése es parte de su encanto. Confieso que leo hace tiempo el blog de Umami Madrid y siempre me pareció si no un imposible, sí bastante complicado participar en una de esas cenas secretas, llenas de exquisiteces exóticas y rodeadas de un halo de exclusividad y misterio, y tan cuidadosamente organizadas, no sólo en el aspecto gastronómico, sino como experiencia total. Con esa sensación tan emocionante de estar participando en algo especial, algo que no has vivido antes, que no esperas y que sabes que no te va a dejar indiferente. Justamente así fue.

La primera sorpresa no se hizo esperar. La India nos había llevado hasta allí, pero ésta no iba a ser una cena de temática hindú, como todos los invitados dábamos por hecho. ¿Entonces? Íbamos a movernos por Asia, eso sí, pero un poco más al sudeste. Platos de inspiración vietnamita y tailandesa, sorprendentes para el paladar occidental y muy bien elaborados por nuestro anfitrión, Iñigo.

Un animado grupo de seis personas pudimos disfrutar de su hospitalidad y su buen hacer. Sabores sorprendentes desde el aperitivo: un cóctel de inspiración herbal, muy refrescante. Con una base de vodka y una infusión de hojas de pandan. Sorprendente y con reminiscencias de aloe vera o cactus.


De picoteo, una explosión de sabor y frescura con unos montaditos con una pasta dulce/salada de carne de cerdo, pollo y gambas aromatizadas sobre piña y manzana. Con un puntito picante para alegrar un poco, pero sin matar sabores y matices. Para mi gusto, de lo mejorcito de la noche.





















Y como dicen que para combatir el calor nada mejor que tomar bebidas calientes y anoche hacia mucho calor, un increíble caldo clarificado de pollo combinado con aceite de cigalas. Sabores contundentes y rotundos. Como curiosidad que nos asombró a todos, la sorprendente transformación de la transparencia del caldo ante tus ojos al añadirle zumo de lima. Un mar y montaña insólito por los toques exóticos de los condimentos y aromas tailandeses.





Porque si hay que destacar una característica original del menú que Umami Madrid nos tenía preparado fue la fusión entre carnes y pescados. Dos presencias que lejos de anularse mutuamente resaltaban la fuerza de los sabores de cada uno, gracias a preparaciones originales y arriesgadas. Un pato ahumado de forma casera y artesanal se imponía con rotundidad, pero sin apabullar a la frescura dulce/amarga de una ensalada de cítricos y camarones increíblemente refrescante.











Un juego, el de tierra y mar, que se repetía en la increíble glasa de jamón muy, pero que muy umami con panceta cocida durante 36 horas a 60ºC, sin gota de grasa y montones de sabor, con un rape en su punto. Mi plato favorito de la noche.








El arroz basmati de Sundari hizo su aparición estelar en una ensalada de corvina marinada en cúrcuma y arroz fermentado que sorprendió por el acompañamiento: una orgía de hierbas aromáticas  (eneldo, cebolleta china y menta) y frutos secos.


La cena terminó con un postre con arroz en eUmami Madrid spuma y fresas maceradas en vinagre de Jerez. Un cierre perfecto para una noche llena de descubrimientos gastronómicos al lado de un puñado de gente nueva, interesante y simpática. Un auténtico placer haber compartido mesa y conversación con Elvira (unpocodemaldaz.com), José (josemarmol.es), David (@davidvaldeiras), Teresa, e Iñigo (umamimadrid.com). 

Gracias a Sundari Rice por este regalo y a por hacerlo realidad. 


domingo, 5 de julio de 2015

El saber no ocupa lugar: Los éclairs

Nueva sección de GASTROCOSAS en la que veremos recetas de platos que quizás les salgan mejor a los cocineros profesionales de los restaurantes, pero que también salen si nos ponemos a hacerlos en casa. Bollos y pasteles que puede que estén más ricos comprados en una pastelería, pero que hace ilusión saber hacer y, quieras que no, levantan la autoestima cuando nos vemos capaces de verlos salir de nuestros hornos y fogones.


O pepitos. En la zona centro de España, estos pasteles siempre se han conocido como "pepitos", y pueden ser de crema, de chocolate o de café. No confundirlos con los pepitos fritos rellenos de crema y rebozados en azúcar, en otros sitios conocidos como "brevas" (¡gracias a El Chico de la Consuelo por ilustrarme!) o "xuxos". Pero este pastel que hoy nos ocupa viene de Francia, y allí lo llamaron "éclair", o sea, relámpago, por la velocidad con la que, según parece, se los comía su creador, el repostero Antonin Carême.

No son difíciles de hacer en casa. Son laboriosos. No son algo para hacer a menudo. Pero son de esas cosas que gusta saberse capaz de hacer, y cuyo resultado es sorprendentemente digno comparado con los que se compran en las pastelerías. Y como me gustan los retos, un día ya lejano me arremangué y aunque asustada y con no demasiada confianza en mis posibilidades, los hice. Y no me salieron mal. Por eso los hago cada mil años, y cada vez que repito éxito, me digo a mí misma que no merece la pena currar tanto cuando hay pastelerías que los bordan. Pero en el fondo no considero malgastado el tiempo empleado y el mérito de hacer algo que dura tan poco (ciertamente, el nombre les va como anillo al dedo...), pero que es tan rico y delicado.

Dos preparaciones componen un éclair: masa choux y crema pastelera. A cual más sencilla, pero que necesitan reposo para hacerla enfríar, en el caso de la crema pastelera, y horneado y una manipulación cuidadosa a la hora de montar los pastelitos de masa choux. Vamos, que mejor reserva una tarde tranquila y sin planes para salir, ni prisa ninguna si te decides a hacer éclairs. Y no corras. Es peor.



Lo primero que hay que preparar es la crema pastelera, para que se enfríe lo suficiente como para rellenar después los éclairs correctamente. La receta que yo uso, después de probar unas cuantas con éxito relativo, ya que nunca me convencieron del todo, es si no perfecta, casi. Rápida, porque se hace en el microondas, y con una textura lisa y delicada, sin un solo grumo. Maravillosa, sencillamente. Mi preferida es la básica, la de vainilla, pero añadiendo un poco de cacao en polvo o de café soluble podemos transformarla en crema de chocolate o de café. Pura magia.








Ingredientes para la crema pastelera (para rellenar unos 12-14 éclairs de unos 8 cms. de largo):
  • 2 yemas
  • 4 cucharadas de azúcar (yo aromatizo mi azúcar habitual con vainas de vainilla, así que ya lleva el perfume incorporado. Si no lo hacéis, echad un sobrecito de azúcar vainillado y quitad el equivalente de azúcar normal).
  • 2 cucharadas de maizena
  • 2 vasos de leche
Preparación de la crema pastelera:
  • Mezclar las yemas con el azúcar.
  • Añadir la maizena. Mezclar bien.
  • Echar la leche poco a poco y seguir mezclando. No deberían quedar grumos.
  • Meter en el microondas 4 minutos en total: 1 minuto y sacar para remover, así 4 veces.
  • Dejar enfríar tapado con film pegado a la crema, para que no forme costra.
Mientras la crema se enfría, se puede ir preparando la masa choux.

Ingredientes para la masa choux (saldrán unos 12 éclairs de 8 cms.):
  • 125 ml. de agua
  • un pellizco de sal
  • 50 g. de mantequilla
  • 75 g. de harina
  • 2 huevos
Preparación:
  • Poner el agua en un cazo, junto con la sal y la mantequilla en trozos.
  • Calentar hasta que hierva, removiéndolo.
  • Retirar del fuego y echar toda la harina de golpe. Mezclar bien con una cuchara de palo hasta formar una bola de masa.
  • Cuando la masa esté bien homogénea, poner de nuevo el cazo con la masa en el fuego suave y mover sin parar durante un minuto.
  • Quitar de nuevo el cazo del fuego y echar los huevos, de uno en uno. Echar un huevo y mezclar enérgicamente con la cuchara de palo, hasta que se integre por completo en la masa. Hacer lo mismo con el otro huevo.
  • Meter la masa en una manga pastelera de boquilla ancha o sencillamente, dentro de una bolsa de plástico de bocadillos a la que cortarás una esquina con unas tijeras. En una bandeja de horno cubierta de papel de horno ir formando los éclairs. Yo los hago pequeñitos, de dos bocados, de unos 7-8 cms de largo y algo más gordos que un dedo de la mano. Luego al hornearlos crecerán. Pintarlos con huevo batido y con un tenedor, hacerles unas rayas de arriba a abajo.
  • Precalentar el horno a 220ºC y meter los éclairs durante unos 20 minutos. Abrir el horno varias veces unos segundos y volver a cerrar para que el vapor pueda salir.
  • Nada más sacar los éclairs del horno, abrirlos por un lado con un cuchillo de sierra. Ya están listos para rellenarlos con la crema pastelera.
  • Rellenar una manga pastelera con boquilla fina (o el truco de la bolsa de nuevo, pero cortando más pequeñito el pico de la bolsa) e ir rellenando con cuidado los éclairs. Ojo con echar demasiada crema: queda muy feo que se salga.
  • En otro cazo, fundir unos trozos de chocolate con un poco de mantequilla (unos 70 g. de chocolate con 25 de mantequilla es una buena proporción), y con una cucharita, decorar los éclairs.
  • Dejar enfríar un poco y después meter en el frigorífico.
Yo siempre glaseo los éclairs así, con chocolate fundido con un poco de mantequilla. Pero se pueden decorar con glasas diferentes, los de vainilla, con glasa real, los de café con glasa al café, etc... Yo cuando hago muchos los hago de al menos dos sabores, y me gusta que todos parezcan iguales por el chocolate y luego encontrarte la sorpresa de qué serán. 

jueves, 2 de julio de 2015

Cocina de verano: la ley del mínimo esfuerzo


Cuando el calor entra por la puerta, las ganas de cocinar saltan por la ventana. Al menos, en mi caso. Pero como hay que seguir comiendo y si es posible bien, la idea es hacerlo trabajando lo menos posible. ¿Una quimera? No tiene por qué. Nos tocará seguir metiéndonos en la cocina, pero si lo planificamos con inteligencia, la engorrosa tarea de pensar qué hacemos, comprarlo, cocinarlo y comerlo puede ser bastante más llevadera en estos meses de temperaturas altas y energías bajas.

Porque una cosa es estar de vacaciones y otra seguir con nuestra rutina laboral del resto del año durante el verano. El tiempo de descanso pide salidas, tapas, paellas, barbacoas... Pensar en comer no cuesta, es parte de la diversión. Muy distinto es tener que mantener la obligación de preparar de comer cuando el calor nos aplatana y la idea de ponernos a guisar ya nos quita el (poco) hambre que tenemos.

Pero no queda otra. Mientras llegan los días de chiringuito y barbacoa en el huerto del tío del pueblo, toca seguir pensando, comprando y preparando la comida. Sí, suena horrible. No, no tiene por qué serlo (tanto).

Planificación:

Siéntate cómodamente y abre tu mente. No tienes nada de hambre, y menos aún ganas de meterte en la cocina, pero no importa. O sí: el calor te da hambre, mucha hambre, ganas de comer patatas fritas y helados nonstop. Párate y piensa, antes de bajar al chino a comprar una bolsa gigante de Gusanitos Risi y una CocaCola de 2 litros. No a corto plazo: si lo haces, tus comidas terminarán siendo una oda al gazpacho y un soneto al melón y la sandía. Y sí, está rico, y es sano, pero no puedes vivir hasta octubre a base de productos de Alvalle y Villaconejos. O no deberías. Mira un poco más allá. A medio plazo. A una semana, aproximadamente. Siete días en los que tendrás que comer dos veces al día, y aunque algunas de esas comidas las hagas fuera y otras puedan limitarse a un poco de pan con embutido y una fruta, aún te quedarán muchos mediodías y noches de los que ocuparte. Anticípate a tu desgana, a esas jornadas intensivas en las que comes demasiado tarde, a esas mañanas de piscina o playa en las que lo último que apetece es ponerse a guisar, a esas siestas largas de las que despiertas en estado catatónico y sin ánimo ni fuerzas para meterte en la cocina a hacer la cena. Piensa y escríbelo. Todo es más fácil cuando lo tienes delante de los ojos y no sólo dentro de la cabeza, en un cuadro con columas y cuadrados en los que has escrito a lápiz lo que vas a comer. Ojito que digo "a lápiz". Para poder borrar. Porque, "¿y si un día me apetece mucho algo y lo que hay en el cuadro no?", te preguntarás. No pasa nada. Se cambia. Bajas a la tienda, compras lo que necesites para ese antojo, y mueves ese otro plato a otro día. O a la semana que viene, y ya tienes parte del trabajo hecho. Lo mejor de los planes es poder romperlos, siempre lo he dicho. Ese planning sólo es una pauta para facilitarte las cosas, no para coartar tu libertad de elegir lo que quieres comer. Si encuentras en el mercado un bonito impresionantemente bueno y te apetece, ni se te ocurra dejarlo pasar sólo porque tienes un menú preestablecido. Cómpralo, cocínalo y disfrutalo a tope, que estamos en temporada.

Simplicidad, simplicidad y simplicidad:

Dejemos los experimentos para el invierno. El horno, también. Ahora toca apostar por lo sencillo, lo rápido y, por qué no, lo barato. La comida de toda la vida, sencillota y fácil de hacer. Esa que harías con los ojos cerrados, esos platos que no tienes apuntados en tu cuaderno de recetas, porque no hace falta. Sí, justamente. Comida de madre, comida de ir de excursión, comida de tupper para llevar a la piscina o a la playa. Es el momento. Los productos están ahí justamente ahora. Come de temporada, en todos los sentidos. Haz pisto, mucho, y congela: te ocupará un día, pero te solucionará la papeleta varias veces sin más esfuerzo que acordarte de sacarlo del congelador la noche antes y calentarlo cuando toque comerlo. Los filetes de pollo empanados están más ricos fríos, hazlos el día antes. La ensalada campera es un clásico, fácil y que además cunde mucho: a poco que eches de cada ingrediente sale un barreño. El pescado azul está de temporada, y mantiene un precio más que razonable. Si encima vas de vacaciones a zona costera, es un pecado que no aproveches para consumirlo como si no hubiera mañana. Sólo abre los ojos. Y haz de la compra y la comida parte de tu ocio vacacional. Merece la pena.
Si aún así el cuerpo te pide comida caliente y te lanzas a la aventura de encender el horno o darle caña a la vitrocerámica, optimiza el esfuerzo y congela. Haz para dos, tres veces. Agradecerás infinito ese momento de sacar el tuper del congelador la noche antes, meterlo en el frigorífico y saber que al día siguiente sólo tendrás que calentarlo. Bombardea a preguntas a tu madre, ella lleva muchos más veranos que tú capeando el temporal y sabrá darte ideas. O deja que tu imaginación y tu creatividad hagan su trabajo, que si no se oxidan... Partiendo de unas cuantas preparaciones de base, puedes conseguir comer de maravilla durante la agobiante y lánguida época estival. Aquí van algunas:

Ensaladas. Mil. El infinito a tus pies. A poca imaginación que le eches y combinando con unos cuantos aliños, es imposible cansarse de comer ensaladas. Y si no eres capaz de ir más allá de la César y la mixta de toda la vida, teclea "ensaladas" en Google. Necesitarías varias vidas para probar todas las que, seguro, te van a llamar la atención. Prueba con un clásico, la César. O innova un poquito: ¿has probado alguna vez las endivias en ensalada? Con salmón ahumado, manzana y queso comté son cosa fina...



Pizzas. Cocas. Quiches. Paninis. Sí, vale, hay que encender el horno. Pero ¿y lo rico que es el resultado? Además, las quiches se pueden comer frías... La Quiche Lorraine con puerros es un clásico. Pero la de ajetes, jamón york, tomates cherry y queso de cabra no se queda atrás...

Pasta. Fría, en ensalada. Atrévete a mezclar, podrías sorprenderte de los resultados. O caliente, aprovechando que en el mercado hay muchas salsas ricas. El colmo de la ley del mínimo esfuerzo.

Y los reyes de la fiesta en verano y en invierno. Portátiles y rápidos de hacer. Los bocadillos. Pan y cosas. Cosas que si son sanas, no tienen por qué ser comida mala, sólo porque sea rápida y sin tenedor y cuchillo. Mete cosas ricas entre el pan y tendrás bocadillos deliciosos. Así de fácil. Últimamente, no me canso de prepararme una y otra vez el de atún, cebolleta, mayonesa y aguacate. Bocadillazo.

Tostas. Idem. Además, ensaladas y tostas combinan bien. Un binomio que nunca defrauda. Verduras y proteinas en perfecta armonía. Perfectas para cenar. El clásico de pan con tomate y jamón nunca defrauda. Como tampoco la de bonito con pimientos rojos asados...


Si aún así te desespera el tema de la comida en verano, piensa que, como todo, también terminará. Y llegará el tiempo de la vuelta a las ventanas cerradas, la mantita en el sofá, el horno encendido con un bizcocho dentro y los guisos de cuchara.

¡Felices vacaciones!