lunes, 15 de agosto de 2016

El porrón


Después de haberle dedicado un post al botijo, hoy le toca a su primo hermano alcoholizado: el porrón. Otro recipiente, en este caso de vidrio, que comparte con el botijo su carácter colectivo y veraniego, aunque con un punto fiestero propio de su contenido espiritoso que le hace una presencia habitual en reuniones, jaranas y celebraciones en las que se junta gente con ganas de pasarlo bien.

El porrón es limpio, ahorra fregar vasos y predispone a las risas y el chascarrillo, aunque también a la competición y a la chulería. Al pitorreo, porque no es fácil beber bien en un porrón, y en toda reunión que se precie hay siempre algún novato inexperto que se mancha bebiendo y no acierta con el chorrete en la boca. Al pique sano, porque el bebedor de porrón siempre querrá perfeccionar su técnica, ese arco cuanto más alto y lleno de florituras, mejor.

El porrón suele llenarse de vino, vino con gaseosa, cerveza o claras de cerveza, aunque admite cualquier líquido con graduación alcohólica. Este recipiente tan sandunguero tiene una virtud curiosa, pero real: no hay mal vino que metido en el porrón no mejore, o si no tanto, no logre que olvidemos que el vino no es tan bueno como quisiéramos. Tal es el poder de la frasca del pitorro, que hace que lo importante sea la compañía, la fiesta y el ambiente, más que la calidad de las bebidas escanciadas.

¡Bebed en porrón, buenas gentes! Más que nada porque un porrón en una mesa significa gente querida cerca, celebración y risas garantizadas.

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